
Cuando te llaman terrorista: Una memoria del Black Lives Matter, Patrisse Khan-Cullors i asha bandele
Por supuesto que cuentan, las vidas negras
Por más lamentable que sea, aún deben ser muchos —aunque espero que no la mayoría— los que consideran que un movimiento social como el de Black Lives Matter no tiene demasiado sentido, que es una exageración, que no es en absoluto necesario.
Que los ciudadanos y ciudadanas negros de los Estados Unidos (y, por extensión, de cualquier otro lugar del mundo) ya disponen de suficientes recursos para defender sus derechos. Que se pasan de la raya. Que han convertido lo que no han sido más que unas excepciones —unos abusos puntales de la policía, de les fuerzas de seguridad estatales, que han causado la muerte de personas negras inocentes— en una generalización.
O lo que es lo mismo, que, por razones más o menos inconfesables, han querido convertir un grano de arena en una montaña.
¿Quieres saber?
Todos aquellos que aún lo crean, que muestren un desconocimiento tan colosal de la realidad de la población negra del país de la libertad y de les oportunidades para todos, lo mejor que pueden / podrían hacer, si quieren obtener una nova perspectiva, si de verdad quieren saber lo qué allí, es leer Cuando te llaman terrorista: Una memoria del Black Lives Matter (When They Call You a Terrorist: A Black Lives Matter Memoir), de Patrisse Khan-Cullors y asha bandele, traducido por Clara Ministral, publicado por Capitán Swing.
Un libro que ayuda a conocer —y, por lo tanto a entender, a entender como era (y como sigue siendo) de necesario— el movimiento Blak Lives Matter. Que lleva a cabo una mirada atrás para constatar cuáles son sus raíces; para recordar (y averiguar) qué lo ha causado.
En realidad, cual era la situación que lo convirtió poco menos que en indispensable. Indispensable no solo para las persones negras de los Estados Unidos sino para cualquier persona, de la religión, etnia, ideología o género que sea que crea no únicamente que todas las persones somos iguales, sino que todas debemos tener los mismos derechos y oportunidades.
Derechos y oportunidades
Digo, expresamente, derechos, porque, por lo que a las obligaciones, sí que todos acostumbramos a tener las mismas. Que, al contrario de lo que a derechos se refiere, por lo que a deberes, no se establecen diferencias. En ésto, todos los ciudadanos y ciudadanas somos iguales: todos debemos cumplir de igual manera, por más que no recibamos lo mismo a cambio.
Por más que, un vez cumplidos, algunos reciban los servicios que necesita —y algunos que los que cree (o le han hecho creer) que necesita— y otros que no solo no los reciben, sino que reciben (teóricos) servicios que no tienen otra razón de ser que perjudicarlos, que mantenerlos en su posición de inferioridad, de dominados.
La estadística
Un hecho que puede parecer discutible o opinable, que, hasta puede parecer que sea objeto de manipulación interesada —por ejemplo, cuando las autores afirman: “en los centros educativos se convierte a las chicas negras en personas desechables, no deseadas, no queridas”, (p. 39); “en 1986 […] Ronald Reagan reimpulsa la guerra contra las drogas iniciada en 1971 por Richard Nixon militarizando aún más a la policía de nuestras comunidades, lo que lleva a un aumento del número de hombres negros y latinos a los que se encarcela”, (p. 54) — pero que la estadística (la fría, antipática, bien poco literaria pero incuestionable estadística) pone en evidencia.
Pone en evidencia o avala. Como en los dos casos que ahora mismo acabo de poner como ejemplo: “El 12 por ciento de nosotras recibimos al menos una expulsión durante nuestro paso por el sistema educativo, mientras que las tasas de expulsión entre las chicas blancas es del 2 por ciento”, (p. 40); “Entre 1982 y 2000, el número de presos en las cárceles del estado de California aumenta un 500 por ciento”, (p. 54).
Estadísticas —a las que añade otras: “en 1984 […] las tasas de desempleo entre la población negra de Los Ángeles son comparables a las de la Sudáfrica del apartheid”, (p. 97); “En Los Ángeles […] el 63 por ciento de las personas que mata la policía son negras y latinas. La policía dispara mata a los negros, el 6 por ciento de la población de California, en una proporción cinco veces mayor que la de los blancos y tres veces mayor que la de los latinos”, (p. 176)—, datos, no opiniones, que nos ayudan a dar por ciertas, o, al menos, a considerar que hay muchas posibilidades que lo sean, otras afirmaciones que, de otra manera, nos harían dudar.
Afirmaciones
Afirmaciones, duras, categóricas, impactantes, como pueden ser estas: “a mí o a cualquier persona de mi familia nos pueden matar con impunidad”, (p. 22); “Los presos son valiosos. […] Las empresas pagan y a cambio pueden obligar a los presos, que legalmente son considerados esclavos por la Constitución, a hacer lo que se las antoje”, (p. 55); “Me cuesta pensar en algún chico de mi barrio que no pasara por un centro de detención de menores o al que no arrestaran al menos una vez”, (p. 61); “Antes de la segunda guerra del Golfo[, l]as técnicas de tortura se perfeccionaron en este país, con las personas que no eran terroristas. Eran víctimas del terrorismo”, (p. 152); “La policía, descendiente literal de los cazadores de esclavos, era una fuente de daños para nuestra comunidad”, (p. 176).
¿Qué podemos hacer?
Desgraciadas realidades, que se repiten demasiado a menudo, que quedan impunes (“Un hombre blanco es puesto en libertad tras ser interrogado después de matar de un disparo a un niño menor desarmado que iba andando hacia su casa”, p. 166), que son las que le afectaron más (“En ese momento me invadieron la rabia y la confusión”, Íd.), que le llevaron a preguntarse no ya si esto era posible, sino cómo era posible (“¿Estábamos en 2012 o en 1955?”, Íd.) y que podían hacer ella y los que eren y pensaban como ella por acabar con esta situación.
¿Qué debemos cambiar?
Qué podían hacer y, sobre todo, debían cambiar, qué debían dejar de hacer, puesto que llevaban demasiado tiempo cayendo en las trampas que les paraban los que querían mantenerlos sometidos, los que aplicaban la célebre consigna de Julio César, «Divide y vencerás!»: “el racismo nos lleva a odiarnos a nosotros mismos y nos hace enfadarnos con quien no debemos, a enfrentarnos entre nosotros en lugar de focalizar nuestra indignación en el origen del problema”, (p 138).
Hasta llegar a la conclusión que, además de servirse de las redes sociales para llegar a todas partes, para poder estar en contacto permanente, poder organizarse y coordinarse, lo que hacía falta, si querían ser vistos, que se les hiciera caos, que sus actos reivindicativos tuviesen algún efecto, era volver “a poner en primer plano la acción directa entre la gente de nuestra generación”, (p. 160).
La acción directa
Una acción directa, por supuesto, pacífica y pacifista, desarmada, consciente que la única manera de luchar contra la violencia del estado consiste en oponerle la no violencia, la desobediencia civil, pero no por esto más clara, más decidida, más contundente.
Convirtiendo el convencimiento y la razón —la fuerza de la razón, confrontada a la razón de la fuerza— en empoderamiento.
Consiguiendo, mediante grandes movilizaciones públicas, poner en evidencia que no hay ni puede haber ningún impulso más poderoso que el de los desprotegidos, discriminados y denigrados cuando se ponen de acuerdo, cuando actúan de manera conjunta y salen a la calle a defender (y reclamar) sus derechos; para dicir, en este caso, Black Lives Matter!
Cuando llegas a la conclusión que no existe ninguna otra salida, que no te dejan ninguna otra salida, porque todo lo que hagas, el estado lo girará contra ti, no dudando ni un segundo en acusarte de terrorista para darte miedo, para cortarte las alas, para hacerte volver al redil.
Los verdaderos terroristas
A partir del momento en que, por fin, comprendes, ¿qué otra opción te queda?, que los verdaderos terroristas son ellos: “Si una persona alega que le has dicho algo amenazante que la ha llevado a temer por su vida, se te puede acusar […] de terrorismo”, (p. 117).
Que, como señalan las autores al final del libro, “terrorismo es que te acosen y vigilen por estar vivo. Y terrorismo es que te metan en una celda de aislamiento, que te tengan sin comer y te den palizas. Y terrorismo es no poder dar de comer a tus hijos aun teniendo tres trabajos”, (p. 231).
A lo mejor por esta condición militante, de lucha, sorprende que en algunos momentos se detengan más de la cuenta en el relato de los amores y las relaciones amorosas de Patrisse Khan-Cullors. En un aspecto (demasiado) personal que no acaba de concordar del todo con el resto de la obra.
Un aspecto que, no obstante, tiene su importancia, ya que no sería quien es, no reaccionaria cómo reacciona, si no fuese “pobre, queer y negra”, (p. 93) —una autodefinición que hace pensar, inmediatamente en el famoso tres voltes rebel (“Dona, de classe baixa y de nació oprimida”[1]) de la poetisa catalana Maria-Mercè Marçal.
En definitiva, un libro que conviene mucho y mucho leer. Aunque solo sea para tomar consciencia de que no es que no sepamos pensar (por nosotros mismos), sino que todo el sistema, empezando por la educación, siguiendo por los medios de comunicación y de entretenimiento, y continuando por los aparatos judicial y penitenciario, está milimétricamente diseñado para enseñarnos, para ayudarnos, para empujarnos a no pensar (por nosotros mismos).
dijous, 28 d’octubre del mmxxi
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[1] Tres veces rebelde (“Mujer, de clase baja i de nación oprimida”)
(Pots llegir la versió original catalana de l’anàlisi en aquest enllaç)
© Xavier Serrahima 2021
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@Xavierserrahimaorcid.org/0000-0003-3528-4499
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